Tomás es un buen pibe. O muchacho, debería
decir. Tiene 30 años. Compartimos
oficina de lunes a viernes desde hace un año y medio. Cuando no nos veamos tan
seguido sabremos si somos amigos; hoy tenemos afinidad. No es poco. Solemos
hablar de banalidades, cosas en doble sentido y hasta cotejamos pareceres sobre
la vida, el amor y el mundo. De actualidad, incluyendo política, también
charlamos.