sábado, 29 de marzo de 2014

Latencias

Tomás es un buen pibe. O muchacho, debería decir. Tiene 30 años.  Compartimos oficina de lunes a viernes desde hace un año y medio. Cuando no nos veamos tan seguido sabremos si somos amigos; hoy tenemos afinidad. No es poco. Solemos hablar de banalidades, cosas en doble sentido y hasta cotejamos pareceres sobre la vida, el amor y el mundo. De actualidad, incluyendo política, también charlamos.

Trabajamos en Retiro y salimos tarde, tipo 20. Así las cosas, una tarde, en una de mis tantas “vueltas” por los sitios de noticias veo este video http://www.lanacion.com.ar/1675534-con-una-camara-de-seguridad-se-detecto-el-robo-de-un-joven-con-un-arma-blanca sobre un robo ocurrido recientemente en un lugar por donde solemos pasar a diario, cuando termina la jornada laboral.  Retiro no es Kosovo, pero como toda terminal urbana tiene su cachengue (a mí alguna vez me intentaron robar ahí mismo). Le digo a Tomás que lo vea, el video, sabiendo que le puede llamar la atención por la familiaridad que tenemos con el lugar. Lo hace. Le interesa, pero lo indigna también.
Tomás estudió en una universidad privada, pero vivió toda su vida en un barrio de clase media, media baja, de Capital. Ese contraste habla bien de algunas dicotomías que encuentro en él. Es el primero que se preocupa si te enfermaste, o el que a las compañeras las galantea sin pajerismo, diciéndoles “che, estás linda”. A veces lo cargo con que es un poco solemne. Pero con el video (se viene lo contradictorio)… “Hay que matarlos a esos, no me cabe otra, son irrecuperables. Y no me vengan con lo progre”. Intento comprender su postura, pero ya no puedo, hace muchos muchos años sí. Ahora tengo reactivos para estos comentarios, que operan como una suerte de manual de estilo: que la sensación de inseguridad, que como en toda urbe, que las estadísticas porteñas son bajas, que ningún chico nace chorro, que el del cuchillo es una víctima del sistema, y la mar en coche. Le admití que si soy víctima de un pibe así, lo odio, y le desearía lo peor, pero le espeté que, desde nuestra posición en la sociedad, teníamos la obligación de abstraernos de las cuestiones particulares. Pero ni con eso le saqué la cara de odio, a él, el más afable de la oficina.
Me pregunto, entonces, si no faltó concienciación. Lo digo por la década ganada, cuando las variables macro mejoraron: bajó el desempleo, el estado volvió a hacerse presente y se sustanciaron medidas sociales de impacto como los juicios a los  militares o el matrimonio igualitario. Ojo, no hablo de cambios estructurales, pues estimo que seguimos en un país donde las variables liberales de economía financiera y de campo agroexportador/explotador apenas fueron rozadas. Todo aquello positivo de la década, parece, no alcanzó para sumar conciencias sociales en las capas medias, que mantienen su discurso prácticamente intacto (republicanismo, democracia, consenso, convivencia). Durante el decenio K faltó hacer comunicación sobre los valores humanistas que hay detrás de medidas como las mencionadas, cuestiones de mensaje que van más allá de lo ideológico (que está en las medidas, y que de hacerlo saber se encargaron 6,7,8, Víctor Hugo, Las Madres, Página 12, la TV Pública).
Si las medidas sociales se prolongan en el tiempo y hay bienestar se podría dar un esquema social tipo nórdico, con lazos solidarios enquistados en lo público, independizándose así el circunstancial aporte de la solidaridad individual, tan requerida y necesaria por estas latitudes. Pero si lo que viene, como ahora, es una crisis que aunque atemperada, se hace sentir en la realidad,  la sociedad, desconfiada a raíz de ejemplos del pasado (el último, acá a la vuelta de la esquina, en 2002),  reacciona con miedo. Miedo que es el mejor aliado de lo reaccionario, que en materia de violencia podría resumirse en el paleolítico ojo por ojo. Entonces no ha de extrañar que aparezcan las chicanas demagógicas: Massa con lo de la liberación de los reos si se aprueba el proyecto de reforma del actual y anárquico código penal; los medios imponiendo notas policiales cuando no hay noticias; Moyano y Barrionuevo con un paro en tiempos de paritarias, reinauguradas por este gobierno; la apelación a combatir combatiendo con violencia policial el grave problema de la droga en Rosario, con lo que se perpetúa y consolida el problema. Y en el medio, el mal endémico de la policía corrupta (no toda la política, hasta diría que la contaminada es minoría, pero con ingerencia notable en el los delitos del conurbano) con los barrabrava como fuerza de choque. Situaciones que, como la estructura económica, no variaron. 
Entonces, gente buena comienza a decir, a mí entender, barbaridades que, ahora me queda claro, todavía están latentes. Y entonces aparecen noticias como esta: http://cosecharoja.org/rosario-linchamiento-patrulla-urbana-y-festejos-en-las-redes/  La ironía: cuando en los 90 eran solitarios justicieros como el ingeniero Santos, ahora, en tiempos en que  debieron solidificarse lazos sociales, son hordas las que se conjugan para tomarse la revancha que no tienen los excluidos.


(*) Nobleza obliga: estoy seguro que Tomás no formaría parte del linchamiento, pero tal vez no lo indigne.