martes, 7 de enero de 2014

Vaivenes

Uno va cambiando, obvio. Se impone decir algo sobre el transcurso del tiempo ahora, pero el tiempo no existe, aunque nadie puede negar que es una convención mensurable que nos mensura. Sino, ver una foto vieja nuestra y luego, el espejo. No podemos hacer nada con él (y en todo caso, qué sentido tendría detenerlo todo), pero sí es factible mientras lo que llamamos tiempo sucede. Habría que ir aprendiendo en el ensayo y error, pero ojo, la historia del mundo tiene sobrados ejemplos de involución hacia adelante.

Para mejor o peor, se cambia, sin dudas. Rememoro. Me veo a mí mismo con ternura, con muchos menos elementos para discernir (pero en general con más energías y sana irresponsabilidad). Me veo esmirríado, tenía 14 o 15 años, y estaba en la playa. Leía Las locuras de Isidoro. Había un aviso a página entera, de Charles Atlas, a quien había que mandarle una carta con dinero (o algo así, no estoy seguro cómo era el sistema) para lograr la revancha que en seis cuadritos lograba en una metahistorieta un muchacho que me hace acordar al mí de entonces; bastante flacucho, aunque estilizado; la cosa es que en los cuadritos el muchacho es prepoteado por unos patovicas que se llevan a las minas; luego lo vemos refunfuñar y acercarse al sistema Charles Atlas. En el último cuadrito se lo veía más esbelto, aunque no tan inflado como los patovas, caminando con una chica de la mano luego de haberse tomado revancha a fuerza de puños con sus contrincantes, que lo miran con recelo. Una síntesis perfecta de superación, ¡casi a la altura de Rocky o Karate Kid! Estaba decidido a suscribirme, pero mi tío me aconsejó llegar a los 18 para hacer algo relacionado con el fisicoculturismo (hoy le dicen lo mismo a las chicas que quieren hacerse las gomas). Por suerte, al llegar a esa edad se me fueron las ganas de ponerme hacer pesas. Entre otras cosas me convenció ver a algunos de mis amigos inflados (tomaban pastillas y suplementos dietarios por la mañana), a los que veía estresados mientras su fisonomía me iba resultando casi monstruosa. Pero vuelvo a los 14/15, anhelando ingresar al mundo Charles Atlas. Me veo ingenuo; pero ahora, para bajar la panza estoy pensando en ir a un gimnasio; y por lo pronto luego de correr me he acostumbrado a hacer abdominales. ¿Veré esta actitud como inocente dentro de un tiempo?
Otra actividad que veo con curiosidad desde la distancia es cierto fanatismo por el horóscopo. También en la adolescencia. Tenía un seguimiento casi obsesivo por lo que decía sobre capricornio en la sección Horóscopo de la revista del Clarín de los domingos. Semana a semana mi poco variada vida de entonces (ahora no soy una castañuela, pero bueh, por lo menos tengo más poder decisorio) refutaba los pronósticos. Y yo insistía con igual ahínco de domingo en domingo. Menciono domingo y se me viene a la cabeza la misa, la religión. Para mí que el horóscopo operaba como un vínculo de fe, más allá de corroborarse o no, lo mismo que la religión.
Con el tiempo dejé de leer los horóscopos. Y hasta me puse a militar contra esa “pavada” (*) cada vez que surgía el tema (esporádicamente, claro). Así las cosas, la vida me puso una vuelta de editor de una revista de consumo (la bancaba una tarjeta de crédito); esas que tienen una nota de estilo de vida, otra de decoración, una entrevista bolú a un famoso y… horóscopo (algunas, no todas, porque puede quedar un tanto grasa). El tema fue que en las reuniones de sumario la mandamás de marketing se entusiasmó (hay mucho de discrecional en el mundo de los negocios, aunque la lógica dice que no debería ser así) con que hubiera uno. Entonces me di un gustito. Un amigo (ahora hace años que no lo veo) se había puesto a estudiar astrología en serio. Yo medio lo cargaba, pero el tipo no se lo tomaba en broma, tanto que una vez me hizo una carta natal bastante piola (al hacerla corrió con ventaja, ya que no fue a ciegas, todo lo contrario, porque más allá de mi datación, ascencendentes y mi charla ad hoc, nos veíamos con frecuencia en ese momento, con lo que sabía datos bastante personales, íntimos, míos). La cosa es que le propuse que hiciera un horóscopo en serio para la revista. Había poco para pagarle, pero aceptó. Nunca vi un horóscopo tan raro, posiblemente porque estaba hecho a conciencia. Nada de mañana te va caer un piano en la cabeza; era un abordaje hacia tendencias, no situaciones; y con muchos condicionantes. Llevar eso a un parrafito por signo significaba, encima, simplificar al máximo posible, con lo que se perdía algo de la seriedad pretendida, y cada texto quedaba bastante ilógico, casi ilegible. Debería haberme dejado de joder. Simplifiquemos y armemos circo. Algunos de los bastiones, estos, característicos de una institución milenaria, hoy encabezada por un argentino.   


(*) En general mis objeciones actuales tienen que ver con una teoría que denomino Del Acomodamiento. Esto es, te diga lo que te diga el horóscopo, sus entusiastas intentarán buscar/forzar certezas interpretando de maneras muchas veces extravagantes los acontecimientos de la propia vida. Y cuando alguna de las predicciones cuadra perfectamente con un acontecimiento que acontecerá, su apreciación será superlativa, eclipsando el resto (mayoría) de los globos de ensayo de horóscopo que no dieron en el blanco. 
Asimismo, insisto con lo que insinuaré más adelante en el texto principal: esto se aplica a cuestiones de esperanza y fe ante el miedo de lo desconocido que tenemos por delante, cuadrando perfectamente con la religión.