Uno va cambiando, obvio. Se impone decir algo
sobre el transcurso del tiempo ahora, pero el tiempo no existe, aunque nadie
puede negar que es una convención mensurable que nos mensura. Sino, ver una
foto vieja nuestra y luego, el espejo. No podemos hacer nada con él (y en todo
caso, qué sentido tendría detenerlo todo), pero sí es factible mientras lo que
llamamos tiempo sucede. Habría que ir aprendiendo en el ensayo y error, pero
ojo, la historia del mundo tiene sobrados ejemplos de involución hacia
adelante.
Para mejor o peor, se cambia, sin dudas.
Rememoro. Me veo a mí mismo con ternura, con muchos menos elementos para
discernir (pero en general con más energías y sana irresponsabilidad). Me veo
esmirríado, tenía 14 o 15 años, y estaba en la playa. Leía Las locuras de
Isidoro. Había un aviso a página entera, de Charles Atlas, a quien había que
mandarle una carta con dinero (o algo así, no estoy seguro cómo era el sistema)
para lograr la revancha que en seis cuadritos lograba en una metahistorieta un
muchacho que me hace acordar al mí de entonces; bastante flacucho, aunque
estilizado; la cosa es que en los cuadritos el muchacho es prepoteado por unos
patovicas que se llevan a las minas; luego lo vemos refunfuñar y acercarse al
sistema Charles Atlas. En el último cuadrito se lo veía más esbelto, aunque no
tan inflado como los patovas, caminando con una chica de la mano luego de
haberse tomado revancha a fuerza de puños con sus contrincantes, que lo miran
con recelo. Una síntesis perfecta de superación, ¡casi a la altura de Rocky o Karate
Kid! Estaba decidido a suscribirme, pero mi tío me aconsejó llegar a los 18
para hacer algo relacionado con el fisicoculturismo (hoy le dicen lo mismo a
las chicas que quieren hacerse las gomas). Por suerte, al llegar a esa edad se
me fueron las ganas de ponerme hacer pesas. Entre otras cosas me convenció ver
a algunos de mis amigos inflados (tomaban pastillas y suplementos dietarios por
la mañana), a los que veía estresados mientras su fisonomía me iba resultando
casi monstruosa. Pero vuelvo a los 14/15, anhelando ingresar al mundo Charles
Atlas. Me veo ingenuo; pero ahora, para bajar la panza estoy pensando en ir a
un gimnasio; y por lo pronto luego de correr me he acostumbrado a hacer
abdominales. ¿Veré esta actitud como inocente dentro de un tiempo?
Otra actividad que veo con curiosidad desde la
distancia es cierto fanatismo por el horóscopo. También en la adolescencia.
Tenía un seguimiento casi obsesivo por lo que decía sobre capricornio en la
sección Horóscopo de la revista del Clarín de los domingos. Semana a semana mi
poco variada vida de entonces (ahora no soy una castañuela, pero bueh, por lo
menos tengo más poder decisorio) refutaba los pronósticos. Y yo insistía con
igual ahínco de domingo en domingo. Menciono domingo y se me viene a la cabeza
la misa, la religión. Para mí que el horóscopo operaba como un vínculo de fe,
más allá de corroborarse o no, lo mismo que la religión.
Con el tiempo dejé de leer los horóscopos. Y hasta
me puse a militar contra esa “pavada” (*) cada vez que surgía el tema
(esporádicamente, claro). Así las cosas, la vida me puso una vuelta de editor
de una revista de consumo (la bancaba una tarjeta de crédito); esas que tienen
una nota de estilo de vida, otra de decoración, una entrevista bolú a un famoso
y… horóscopo (algunas, no todas, porque puede quedar un tanto grasa). El tema
fue que en las reuniones de sumario la mandamás de marketing se entusiasmó (hay
mucho de discrecional en el mundo de los negocios, aunque la lógica dice que no
debería ser así) con que hubiera uno. Entonces me di un gustito. Un amigo
(ahora hace años que no lo veo) se había puesto a estudiar astrología en serio.
Yo medio lo cargaba, pero el tipo no se lo tomaba en broma, tanto que una vez
me hizo una carta natal bastante piola (al hacerla corrió con ventaja, ya que
no fue a ciegas, todo lo contrario, porque más allá de mi datación,
ascencendentes y mi charla ad hoc, nos veíamos con frecuencia en ese momento,
con lo que sabía datos bastante personales, íntimos, míos). La cosa es que le
propuse que hiciera un horóscopo en serio para la revista. Había poco para
pagarle, pero aceptó. Nunca vi un horóscopo tan raro, posiblemente porque
estaba hecho a conciencia. Nada de mañana te va caer un piano en la cabeza; era
un abordaje hacia tendencias, no situaciones; y con muchos condicionantes.
Llevar eso a un parrafito por signo significaba, encima, simplificar al máximo
posible, con lo que se perdía algo de la seriedad pretendida, y cada texto
quedaba bastante ilógico, casi ilegible. Debería haberme dejado de joder. Simplifiquemos
y armemos circo. Algunos de los bastiones, estos, característicos de una
institución milenaria, hoy encabezada por un argentino.
(*) En general mis objeciones actuales tienen que ver con una teoría que denomino Del Acomodamiento. Esto es, te diga lo que te diga el horóscopo, sus entusiastas intentarán buscar/forzar certezas interpretando de maneras muchas veces extravagantes los acontecimientos de la propia vida. Y cuando alguna de las predicciones cuadra perfectamente con un acontecimiento que acontecerá, su apreciación será superlativa, eclipsando el resto (mayoría) de los globos de ensayo de horóscopo que no dieron en el blanco.
Asimismo, insisto con lo que insinuaré más adelante en el texto principal: esto se aplica a cuestiones de esperanza y fe ante el miedo de lo desconocido que tenemos por delante, cuadrando perfectamente con la religión.
(*) En general mis objeciones actuales tienen que ver con una teoría que denomino Del Acomodamiento. Esto es, te diga lo que te diga el horóscopo, sus entusiastas intentarán buscar/forzar certezas interpretando de maneras muchas veces extravagantes los acontecimientos de la propia vida. Y cuando alguna de las predicciones cuadra perfectamente con un acontecimiento que acontecerá, su apreciación será superlativa, eclipsando el resto (mayoría) de los globos de ensayo de horóscopo que no dieron en el blanco.
Asimismo, insisto con lo que insinuaré más adelante en el texto principal: esto se aplica a cuestiones de esperanza y fe ante el miedo de lo desconocido que tenemos por delante, cuadrando perfectamente con la religión.