Había una película de Spike Lee, de las
primeras, no la más conocida, Haz lo correcto, que transcurría en una Nueva
York agobiada por el calor. El núcleo del conflicto del film consistía en el
choque de dos hacinamientos superpuestos a la fuerza, el de unos pizzeros
italonorteamericanos versus el de sus vecinos afroamericanos. Nunca vi ni leí
algo que tuviera tanto que ver con Buenos Aires en verano, violencia incluida.
Sucede que en los últimos años, en diciembre proliferan aquí asonadas, saqueos,
días del bostero, protestas extorsivas y cortes de electricidad producto, entre
otras cosas, del funcionamiento simultáneo de 7 millones de splits, mientras
las empresas de distribución de energía se hacen las distraídas hasta donde
pueden (sin eximir de su culpa al pretendido estado controlador).
Lo que pasa en estos veranos citadinos, me
parece, es que se nota mucho la implantación de una masa de concreto en sitios
donde durante millones de años proliferó el silencio vegetal. Mucho más acá en el tiempo vino el hombre,
pero antes de los españoles, medio que las tribus nativas le escapaban a la
zona del Río de la Plata, no eran giles y nada más lejano a ellos que pensar a
la confluencia con el mar como un puerto de distribución de materias primas.
Pocos y poco amigables aquellos hombres:
a Juan Díaz de Solís se lo morfaron el 20 de enero de 1536, cuando quiso
desembarcar. Lo del 20 de enero lo acabo de averiguar en la web; calza
perfecto, los nativos estarían nerviosos por el calor.
Así las cosas, como pantano intervenido que es (pensar
en la biodiversidad en Tigre y Reserva ecológica porteña, por ejemplo), Buenos
Aires resulta difícil, y encima hay que bancarse fogoneos mediáticos estúpidos
como los de la alerta naranja y roja. Uff.
Lejos de hablar del clima como en la cola de un
banco, pensemos. Si estás puertas adentro, se impone el split, que brinda
sosiego, pero te regala respirar el aire reciclado del ambiente cerrado, que
incluye compartir y cotejar las secreciones de las pieles que enfrían su sudor,
así como la circulación del aire que entra y sale de los pulmones. Nada es
perfecto, aunque hay algunos sistemas de refrigeración que reciclan el aire, pero
mucho no les creo. Su efectividad debe ser escasa, sino no podrían enfriar lo
suficiente.
Pero si no estás en una oficina o en un
comercio, permanecer al aire libre resulta imposible, y más bajo el sol. En mi
caso, el split lo tengo en la habitación, así que, como por estos días no tengo
que comprar nada ni ir a la oficina, opté por la terraza. Por cierto, no tengo
pileta (con eso te lo soluciono todo). Pero sí un paliativo poco elegante,
mojarme con la manguera que hay para regar las plantas. Como pocas cosas tengo
mejor que hacer que leer, eso es lo que hago entre autorregada y autorregada.
Subo la escalera (nada de ascensor, vivo en un ph, con terraza compartida) con
el libro (no el ebook, que no puede mojarse) y unos anteojos de sol, que,
aunque comprados en la calle a un precio módico tienen un diseño muy canchero.
Y bajo al inclemente sol me pongo a leer. Sufro
y disfruto. Calor agobiante y lectura hedonista (no conozco otra desde hace
años; ojo, no me refiero a literatura pornógrafica, aunque como dice un capítulo
de Seinfield con respecto a la homosexualidad, no tendría nada de malo). Me aso
hasta el límite, la recompensa será ejemplar. O sea, cuando no puedo más abro
la canilla y felicidad (hay que esperar unos segundos porque los primeros
chorros de la manguera salen medio calenchus). El agua, no es casual, me digo,
es el elemento purificador del bautismo.
Calor, frío; sufrimiento, hedonismo. Me
pregunto, pienso, si esta situación no será parte de mi personalidad: el
disfrute sólo como contraposición de la desdicha, y viceversa.
Así las cosas, una de las consecuencias de la
situación es que quedo bacanamente bronceado. Depende cómo me vista, podré
pasar por pordiosero o por alto empresario, dos componentes sociales que suelen
pasar mucho tiempo al aire libre, luciendo quemados desde la primavera misma
los primeros y en cualquier época del año los segundos.
Como sea, hay que encontrarle la vuelta, porque
sino la cosa se puede violentar.