sábado, 21 de diciembre de 2013

Prepotencia, duda, inteligencia y felicidad

“El problema del mundo es que la gente inteligente está llena de dudas, mientras que los estúpidos están llenos de certezas”. La frase de Bukowski me llegó vía twitter y la retwittié. Después me arrepentí, aunque no era para tanto, así que la dejé.
Pero me quedé pensando. Dos razones me habían llevado al arrepentimiento:
Bukowski es un pecado de juventud, reniego de haberlo leído con pasión a los veintipoco; hoy me parece, regalando, un  escritor regular (obvio, entiéndaseme, lo digo como lector). Segundo, que el sentido de la frase me parece falsa y demagógica. Bastante parecida al lugar común de que los inteligentes sufren más. El mundo refuta esta sentencia: acaso no hay gente inteligente (qué es la inteligencia lo dejamos para otro momento) que la pasa bien. O, por el contrario, sobra  gente con certezas, decida, que es inteligente o por lo menos loable. Se me viene a la cabeza, entonces, al machote de Hemingway haciendo zafari o boxeando (hasta su suicidio, ante el abismo de la muerte, habla de su prepotencia de vida), como ejemplo cabal de “maker inteligente”. Es más, los ejecutivos y presidentes de empresas no son boludos, por cierto, pero tal vez sean personas con la “gracia” de poner la ambición y la superación por sobre todo, hasta de sus sentimientos, estimo.
Pero hay algo de cierto en el lugar común, en la frase de Bukowski. Tal vez Mario Levrero (a este escritor sí, lo banco a full) rondara sabiamente el tema. En la irrupción 22 de su libro Irrupciones, reflexiona: “Pensar las cosas por uno mismo es una pérdida de tiempo y, más grave aún, una fuente de error. La propia experiencia, llena de subjetividad, pocas veces es un buen punto de partida, y las propias reflexiones sobre ese punto de partida casi siempre están teñidas por los errores cometidos al examinar otras experiencias del pasado. Es así como se forman muchos prejuicios y se realimenta la cadena de errores, hasta que uno llega a estar equivocado en la mayor parte de las cosas. Por eso conviene prestar atención a la cultura, es decir, a la experiencia colectiva, y tener la flexibilidad suficiente como para comparar esos datos con los de la propia experiencia y los propios prejuicios, y permitir que el pensamiento fruto de la propia experiencia se modifique hasta donde sea posible, y deseable, en base a esa experiencia colectiva. En el otro extremo del espectro están aquellos que no saben pensar por sí mismos y que no reflexionan a partir de los datos de la percepción propia. Son los que no pierden tiempo. Son los más eficaces y los más exitosos. Siempre consiguen lo que quieren y lo hacen de la  forma más rápida y económica posible. Son los que todo lo aprendieron y los que, desde cierto punto de vista (las itálicas y el subrayado son del autor), apenas, o nada, vivieron. Forman legión; y así va el mundo…”.    
En su reflexión, el uruguayo suma el tener en cuenta o no al contexto social a la hora de percibir y tomar decisiones (un ejemplo de humildad eso de cotejar la mirada personal con ese contexto), y por otro manifiesta la importancia de aprender, pero desde las vivencias, para percibir o tomar decisiones. 
Seguramente haya infinidad de cosas más por decir. Mientras sigo dándole vueltas al asunto del binomio inteligencia-felicidad, se me viene al balero otra frase: “El mundo está dos vasos de whisky atrasado”, es de Humprey Bogart, pero le cuadra mejor al viejo Hank.