miércoles, 31 de diciembre de 2014

Estilos

Suelo ir a correr a la Reserva Natural de Costanera Sur. Hago el circuito largo, 8 km. A veces sin hacer una parada, lo que para mí es un logro. Pero de esto no quería hablar, sino de un acontecimiento que me ocurrió la última vez que salí a trotar. Aquel día me la banqué: no paré. A diferencia de otros runners no iba con el torzo desnudo. Pero al llegar exhausto a donde había partido, la entrada de calle Brasil, con el sol a pleno de la una de la tarde, me saqué la remera y me pegué una linda mojada en las duchas externas, que para ello están instaladas. Eso, luego de tomar agua en un también coqueto vertedero (bien por la administración porteña).

Como en esta entrada de Brasil hay oficinas del gobierno de la Ciudad, que tiene a cargo el cuidado y funcionamiento del predio de entrada libre y gratuito (abre a las 10 y cierra a las 17 en invierno y a las 18 en verano), no sólo es frecuente cruzarse por allí a trabajadores con mamelucos eco-verdes, también se suceden funcionarios porteños, que invariablemente visten con pantalones oscuros o beiges y camisas celestes, blancas o con líneas en cuadrículas. Muy Legacy, digamos.
La cosa es que aquel día había más Legacy man y woman (todavía no puedo llegar a describir en tanto vestimenta a estas) que de costumbre. Tanto que por decoro y para no sentirme incómodo me volví a poner la remera. Estaba en cortos, todo mojado, igualmente. O sea, no muy elegante. Cuando me dirijo a la salida veo que en una zona lateral que siempre se veía abandonada, donde entre otras cosas hay un curioso monumento (después averigüé que se llama Plus Ultra y evoca al primer vuelo en avión que unió a Madrid con Buenos Aires sin escalas), todo se veía muy pulcro y varios de estos funcionarios y funcionarias caminaban por la explanada. Supuse que en unos minutos habría una especie de acto de inauguración, pues había un par de puestos de catering, algún parlante y esas cosas. La curiosidad me pudo e intenté ingresar a la zona. Infructuosamente,  ya que uno de los guardias, a quien suelo saludar cuando voy a correr, me impidió el paso diciendo: “No se puede, está cerrado”. Mentira, no estaba cerrado. Estaba cerrado para mí y para cualquiera que no fuera de los “equipos” del gobierno porteño. Si me lo explicaba civilizadamente, hubiera admitido que tenía razón, no tenía tino mi presencia allí. Pero me dejó un gustito amargo, algo de bronquita, admito.
Pero por qué acostumbrarse a ese manejo, a esa etiqueta de la cosa pública. Si lo que se recuperaba era un espacio ídem, con tener la remera puesta alcanzaba (y si me envalentono, te digo que también en cuero). Claro, si se inaugura algo popular y van los muchachos en micro, comen choripán y/o militan, no vale; es simplemente clientelismo. Mientras que en los cócteles de inauguración se replica algo de lo clientelar, pero en tanto empresa anfitriona de clientes o socios, situación tan afín al mundo privado. Se me viene a la mente la exposición La Rural.
Son estilos. Uno más con el esquema de lo público y otro con el de lo privado.
Y en este distingo entre lo público, lo privado y sus confluencias, me lleva al tema corrupción. Convengamos, como en Suecia y Austria, acá hay corrupción política. Pero me gustaría diferenciar la corrupción del menemato con la actual. Lo más evidente, me parece, es que la primera era prácticamente estructural; digo, las acciones políticas se sustentaban y tenían su razón de ser (en general) con las prebendas y retornos. Pero es también esta última palabra, retorno, lo que diferenciaría a ambas corrupciones.
Tal vez sea un ingenuo pensando que la corrupción de la “década ganada” no es estructural, pero es la sensación que tengo (difícil dar con estadísticas en este tipo de delitos). La cosa pasa en que hay menos intervención del privado en la corrupción (antes se repartía más con el privado, había más retorno), mientras que ahora (en general) todo queda para los políticos, sus parientes, testaferros y para esa burguesía nacional que intentaron crear los K y, por cierto, no lograron. Ahí también, otro germen del odio que suele generar este gobierno nacional. Si los bancos, las financieras, las multinacionales o los empresarios sin ideología se hicieran de la otra parte que siempre tiene el botín de la corrupción, sería más “normal”, menos “indignante”. Pero no. Así no sucede ahora (en general), si de corrupción política se trata.