domingo, 10 de mayo de 2015

Héroes

Río Bravo, Río Rojo, Más corazón que odio. Por ejemplo.  Del western puro y duro -nada de spaguetti, que también tiene sus virtudes-, se trata esta  vez. Quiero, sin ser estudioso ni experto en el género, remarcar la que para mí es una de sus principales virtudes: la “psicología” de sus personajes. Y eso que, a primera vista, las actuaciones y los papeles de los clásicos del género parecen de cartón, casi estereotipos (en este sentido, habrá que admitir como paliativo de época la influencia del folletín y la adaptación de las tiras de aventura). Pero tal vez esa rigidez sea una condición necesaria para que los personajes desanden en un lenguaje cinematográfico que estaba naciendo y creando sus reglas.

El secreto, me parece, es que todo funciona en contexto. Ese personaje esquematizado desaparecerá para ser persona cuando se cruce con el mundo, con la realidad, a partir de algún hecho desencadenante (fiction is friccion escuché por ahí). Hecho desencadenante que distorsiona una rutina que algunos directores nos muestran con dos escenas y/o dos diálogos. Y me detengo: ¿habrán imaginado esos hacedores y sus  espectadores que décadas más tarde habría películas basadas en situaciones cotidianas, de esas en las que “no pasa nada” tan propias del cine independiente, aunque dejemos para otro día lo que es cine independiente; solo diré al respecto que la independencia artística no creo que se relacione con el presupuesto o falta de este.
Esta manera de ver a los personajes como marionetas se parece mucho a la forma en que César Aira trata a sus propios personajes en sus novelas. Son como “cositos” que utiliza para que fluyan las historias, casi según sus palabras en una entrevista.
Pero volvamos al western. La psicología en los personajes no tiene nada que ver con lo que muchos entienden por psicología en los films de Woody Allen, donde el dilema de los personajes tiene mucho de caricatura de lo urbano, del psicoanálisis precisamente. Hay algo de diálogo forzado en esas películas, sobre todo en las últimas, donde el recurso se torna cada vez menos sutil. Digamos que hasta finales de los ochenta tenía algo menos indulgente con sí mismo don Allen.
La psicología en los personajes del western no debe llamarse psicología, en realidad. Se trata de un avance hacia la condición humana desde un lenguaje propio de una época, el Hollywood clásico, que aún persiste en algunos autores como Clint Eastwood, el sorprendente Ben Afleck, o la siempre asertiva Kathryn Bigelow. Y voy más allá, ese gran cine, el mejor que se ha hecho hasta ahora si lo tomamos como una corriente, tiene herederos aggiornados con otras herramientas, digamos Richard Linklater o mismo Carpenter; qué decir de los surgidos en los setenta, Scorsese, Coppola; o del gran Spielberg en los ochenta (con vigencia actual, a diferencia de Allen). En Argentina podría decirse que por el mismo lado anda el cine industrial bien hecho, como el de Trapero o Zifrón, por ejemplo.  Pero se puede narrar bien, cuando digo bien, simplemente hablo que fluya, desde un cine aparentemente no comercial, pondría dos ejemplos, Lucrecia Martel con La Ciénaga (hace años la vi, y todavía no me repongo de esta película) y Mariano Llinás con Historias Extraordinarias.  
Y dale que me voy por las ramas. Nuevamente, volvamos al western clásico. Qué disperso que soy. Hacía mucho quería ver uno que me recomendaron varias personas y referentes cinematográficos que tengo muy en cuenta. Había garantía de calidad, pues. ¿Quién mató a liberty balance? (1962), era el film, que aquí se estrenó como Un tiro en la noche (no tan desacertado título, si pensamos en los desatinos históricos de los nomencladores argentinos, de eso sabe muy bien Liniers). El director, John Ford. Pese a ser una muy buena película, la sinopsis debe escribe en mucho más de dos líneas (perdón por el spoileo, de paso); en este caso, un joven abogado idealista (James Stewart) que llega al lejano oeste para hacer carrera; pero ya antes de llegar se desayuna con que tiene que lidiar con que la realidad es un caos convenido, donde al villano no lo toca la ley (como los barra brava argentinos hoy), y es reverencial que le refieren cada uno de los pobladores que buscan el sueño americano entre ganado, minas de oro, almacenes de ramos generales, retaurantes y cantinas bourdeles. Desde sus ideales el abogado da todo por cambiar la situación, trabaja de mozo, hasta su vida daría. Tiene ingenuidad pero eso es un detalle para la chica que estaba para casarse con un tipo bueno, noble, pero curtido e inmerso en ese mundo de injusticia al que cree imposible cambiar (John Wayne, ¡qué lugar común criticarlo!). Este último ve el empuje y la pasión del ingenuo hombre de la ley con sorna, pero eso no le impide ponerse de su lado, y hasta ser el hacedor de su victoria, una victoria que lo alejará para siempre de la felicidad, de la chica. Claro, ella nunca se enterará y el ingenuo se enterará cuando ya su prestigio le impiden reconocerla ante los demás, aún ante los medios (el periódico del pueblo, en este caso). Cerca del final queda evidente que ella eligió bien, que aquel ingenuo hoy es un buen hombre y respetable (un senador de la constitución que calmó al lejano oeste), pero siempre estará en su corazón aquel curtido que no creía en nada más que el amor hacia ella. Y en el deselancie, donde el respetable senador escupe en la escupidera de lujo que le proporcionan en el tren y ella mira hacia otro lado mientras le admite que sobre el féretro del recordado curtido, cuyos restos acaban de despedir, dejó la flor con que él iba a rodear la casa que compartirían.  
Qué tenemos. Un ingenuo idealista, una mujer bella y sensible, y otro hombre, pero curtido. Me hace acordar a algo. Sí, veinte años antes. 1942. Casablanca. No es un western, pero por la estructura y lo que hacen los personajes ante las situaciones que se suceden (insisto, tal vez el Hollywood clásico podría definirse así: qué hacen los hombres con la circunstancias que los rodean –cabe inmejorablemente la clásica definición de Sartre: “el hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”, y no son los hombres los que cambian las cosas, como podría generalizarse si se trata de los actuales tanques de Hollywood, muy respetables y buenos muchos de ellos también, insisto). Y la fórmula se repite, un tipo noble y escéptico, Rick en este caso, que ve todo el derrumbe de la Francia ocupada por el nazismo y que campea a desgano la situación con mucho de escepticismo y tristeza interior. Siente que está todo mal, y que de alguna manera él forma parte de esa maquinaria que soporta como puede. Pero ese soslayo no le impide haber sentido amor, o sentirlo casi hasta vivirlo en tiempo presente, porque a diferencia de Un tiro en la noche, en Casablanca vemos esa situación (el idealista, la muchacha, el curtido romántico), pero coincidiendo en vida los tres; pero ella ya está casada con el primero. En este caso, el curtido no sólo está vivo, sino que aquel pasado donde cortejaba a la mujer que era para él pero debió irse con el otro se le pone delante de sus narices. Peor tortura difícil imaginar. Y la nobleza de Rick lo puede todo, como salvar al idealista para que escape con la chica a quien podría proteger. Después me hablan de actos de renunciamiento. No hay más grande que ese en la historia del cine, me parece. Y así debe ser. De canalla sería haber actuado de otra forma, pero de canallladas de ese tipo está lleno el mundo desde siempre, pero también de esos actos. Así que una película nos recuerde que se puede ser noble vale más que cualquiera de los sermones que he escuchado en la iglesia.
Me salto en el tiempo y vuelvo a ver una historia donde los personajes son marionetas (como diría Aira), que nos muestran lo que pueden hacer ante una situación y nos dejan espiar algo de la condición humana. Entre las últimas candidatas al Oscar la que me más me gustó tenía, me parece, algo de estos ingredientes. Hablo de Whiplash. En este caso no hay intereses cruzados por una mujer. Pero está el “deber ser” protestante (el trabajo y el esfuerzo como herramientas para el progreso; Superman en tanto ser todopoderoso que no busca rédito sino sucumbir a su destino de bondad y nobleza), de aquellas dos pelis anteriores que acabo de comentar. Y también ellos dos, los hombres: el joven idealista ingenuo, que se las ve con un curtido, que sabe que hay una sola forma de ser distinto, que es dejar literalmente todo, hasta el amor y la propia salud, para lograr un objetivo, y es eso lo que le quiere inculcar como sea (hasta con crueldad) al novel músico. Ambos somos todos de alguna manera. Cuando reaccionamos y cuando reflexionamos, las dos caras de la misma moneda, aunque suene maniqueo. Me niego a atar directamente esta situación a lo que entendemos como peripecia juvenil vs sensatez de la madurez, porque los ejemplos etarios inversos sobran; si miramos en nuestros entornos sociales lo comprobaremos. Y seguramente es una estupidez dividir en dos a las tipos de personas.  También la peli plantea el dilema del esfuerzo vs el talento, que como se dice siempre es mejor si vienen juntos, pero no necesariamente. Y creo que en la mayoría de las veces el esfuerzo se convierte en talento,  sobre todo si es un esfuerzo enfocado.

La historia de Whiplash, esta sí, se puede resumir en dos líneas. Pero como es nueva no la voy a spoilear más. Las otras dos tienen sus años, así que no siento culpa por haber contado de qué iban. Igual, aunque a las tres te las cuente enteras, no impedirá que se las disfruten. La razón: se trata de lenguaje cinematográfico, que poco tiene que ver con la mera secuencia de hechos y personajes.