martes, 26 de abril de 2016

Sobre la porteñidad

Sin dudas pertenecer a una urbe occidental tiene aparejado conformar una identidad, que va cambiando en el tiempo, pero que siempre se reconoce. Por supuesto que no está exento de esto la Ciudad de Buenos Aires (CABA).

La idiosincrasia porteña se puede rastrear muy bien en los primeros tangos, donde se descubre la pobreza e inequidades preperonistas, por caso; además de la exclusión de los inmigrantes y la prepotencia de la oligarquía criolla, entre otras mieles.
En esos tangos, y en los que vendrían hasta esa época en que sitúan algunos a la verdadera existencia en presente del tango, los cuarenta, también puede intuirse algo que hoy es parte del mito porteño: los porteños. Hablo de la consabida consideración de estos (si bien hace casi dos décadas que vivo en CABA, soy oriundo del Gran Buenos Aires, con lo que no sé si tratarme como tal, y en todo caso dudo que habiendo vivido en el otro lado de la orilla del riachuelo, no sea también porteño) como soberbios, cancheros.
No estoy seguro de que la cosa sea tan así, más allá de que la mirada externa pueda ayudar a conformar esta apreciación. Porque si bien lo que se ve es eso: se las saben todas, creo que en eso hay algo de no defraudar, de humildad en tratar de conformar siempre al otro. Un clásico ejemplo es la referencia de catastro. Se le pregunta sobre una calle a un porteño de seis décadas, ponele, y te repreguntan sobre a qué altura vas, y entonces te dicen hasta si es contramano y cómo te conviene agarrar, si estás en auto.
Pero, ciertamente, algo del cancherismo -que podría interpretarse se coló como realidad y la autoparodia-, ganó, con lo que ambos porteños, el macanudo (humilde servidor) y el canchero (sobrador), creo que hoy conviven y hasta se reparten en la manera de ser de muchos de los habitantes de la ciudad.
Esta segunda manera: canchero (sobrador), hasta se ha caricaturizado, ganando espacio sobre la otra. Es más, la confusión ha llegado a extremos algo insospechados. Digo, los porteños más paradigmáticos se encuentran en el Deber Ser de la Ciudad (no en el Ser). Hablo precisamente de actuales primeras generación de porteños. Doy dos ejemplos concretos: Marcelo Tinelli, de Bolivar, y Alejandro Fantino, de San Francisco, Santa Fe. Como pocos, estos se muestran con el aparente saber barrial sobrador porteño, siendo que ellos, seguramente, desde la lejanía geográfica e idiosicrática, apreciaron con sumo anhelo la porteñidad en sus variantes, supongo que prefiriendo o eligiendo la canchera, por lo que puede interpretarse mirando sus carreras en los medios. A mí me parece que compraron tal perfil, y en su deseo por ser parte de ello (Deber Ser) se pasaron de rosca y lograron el éxito en los medios, a caballo de la identificación de no pocos y un anhelo de ser (no admitido, a riesgo de sonar soberbio porteño) de muchos en el Interior.
No es un fenómeno nuevo, pero tampoco tan viejo el de esta confusión. Aunque no siempre se tradujo en parodia. Rastreo en la memoria y veo al tucumano Palito Ortega y su clan. Si bien el autor del enorme bolero “¿Qué nos sucede vida?” y de muchísimas canciones fáciles tipo jingle, vivió en Miami luego de sus tristes películas setentosas, en las cuales en general retrataba de manera simpática a los grupos de tarea de la dictadura cívico militar, volvió al país para ser gobernador de su provincia de mano del menemismo, pero luego se afincó en la ciudad, donde la primera generación de ortegas porteños desanda el éxito a fuerza de exposición (Sebastián, el productor) y arte (Julieta y Luis, actriz y director de cine). Casi sin quererlo, el clan se debate con otro porteño y de mayor prosapia –ninguno de primera generación como tales), como el de los Pauls (Alan, Gastón, Nicolás y Anita, escritor el primero y actores los restantes; Gastón y Nicolás también son conductores de radio y TV). Deber Ser y Ser, que casi se igualan en un ejemplo contrario al anteriormente mencionado.

Para terminar, una situación que escuché en vivo. Por radio. Era el programa dominical Demoliendo tangos (AM 750). El invitado al estudio era el actor Jean Per Noer (no sé si está bien escrito). Le preguntaban a cerca de la relación entre Borges y el tango, teniendo en cuenta que Noer personificó al escritor en varias oportunidades. Uno de los que le preguntaba era un tipo erudito, al cual, seguro, no se le pasaba un detalle que no hay que ser muy erudito para saber (y hasta es un lugar común a la hora de referirse a Borges): este nunca escribió una novela. No obstante, Jean Pier mencionó dos veces algo sobre la “novela de Borges”. El entrevistador de marras nunca lo corrigió, a riesgo de que muchos pensaran que él tampoco sabía sobre la cuestión. Para mí que en realidad no quiso desairar al invitado. Poco importaba, al lado de eso, su erudición y la subestimación de algún eventual escucha. Porteñidad macanuda en estado puro, me parece.