Me parece que la actividad de leer
está sobrevalorada. La feria del libro se llena año a año con gente que durante
los doce meses anteriores poco han visitado librerías en plan de compra o
bajado libros para leer en algún formato digital (debo la estadística, que no
sé si existe). Y creo que esto se debe a
que: queda bien.
Tal vez, antes de seguir, convendría
dividir la cuestión entre libros y la actividad de leer. En cuanto al aspecto
físico/espacial, curiosamente, o no tanto, todavía las paredes de libros
(bibliotecas) guardan predicamento social. Por eso, teniendo yo una biblioteca
personal, cada vez la miro con más desconfianza. Encima, no suelo releer ni
utilizar libros como fuente de consulta (antes está Google). La veo útil,
admito, en tanto decoración, pues, siendo una estructura minimalista de
tablones, donde casi literalmente duermen lomos librescos de moderno color
(blanco, verde, amarillo anagrama, azul).
Pero esa estética decorativa cada vez
me satisface menos. Porque hay algo de pretenciosidad, ahora mía, que se me
evidencia sabiendo que todos esos libros, o casi todos, copiright mediante, se
pueden conseguir en la web. Aunque es un universo no tan abarcador como el de
la música.
Vuelvo a mi biblioteca. Es recurrente
verme respondiendo acerca de si los leí todos. Respondo: casi todos, pero tengo
muchos leídos no enteramente; en tanto hay ausencias que pasan de largo la
pretensión intelectual, ya que fueron regalados y no devueltos; otras de estas
ausencias son los libros tirados a la basura: tirados luego de haber sido
leídos en prints o fotocopias. Hablaba de lo intelectual, hago un llamado a la
solidaridad: stop con graficar con fondo de biblioteca las fotos de una
entrevista periodística a un intelectual.
En cuanto a la actividad de leer, me
salgo de la autorreferencialidad decididamente. Me parece que en cantidad mucho
no ha cambiado en los últimos, digamos, 20 años. Ojo, siempre habrá nichos de
lectura como los generados por las carreras humanistas de la facultad.
Como que el promedio de lectura se ha
mantenido estable en el siglo XX, y estimo que podría abarcar al XIX, aunque
suene a afirmación aventurera. Pero más allá de los mencionados nichos, el
promedio de, digamos, lectura pop, se mantiene. Si en el siglo XIX el consumo
masivo podía ser el de novelas por folletines, en el siglo XX fueron las
revistas de toda índole (las de ama de casa, para ellas, las de mecánica
popular para él, por ejemplo), así como el nacimiento de los diarios, bien
evidenciado por las películas de época en las que se muestra a los canillitas
voceando los titulares de esos diarios.
En las últimas décadas, asimismo, me
parece que se mantiene la media de lectura gracias a los formatos digitales;
redes sociales. Hagamos la cuenta (propia) de la cantidad de whatsapp, emails,
twitters, facebook y demás que leemos a diario. Así todo, convengamos que se
trata de una lectura expeditiva, práctica, de datos duros, poco analítica y
reflexiva. Es concreto lo que se lee, no hay rodeos, pero tampoco muchas ideas.
Lo concreto de esta lectura es que es muy satisfactoria, nos da placer, se
llenan casilleros.
No me canso de preguntar: ¿quién lee
Clarín más allá de los títulos? Creo que sólo se leen las notas de deportes y
espectáculos. Poco compromiso “desentrañador” detrás de los títulos de
internacionales, economía y/o política en la tapa de papel (o en le home),
convengamos.
Cierro con lo siguiente: ¿y si la
reflexión, el análisis y el pensamiento, pese a lo que suele creerse, reside también
y principalmente fuera del libro, pero también fuera del texto. Pondrían hablar
de ello la radio o el cine. O cuestiones efímeras como clases educativas, o (mejor
por la plena voluntad) amistosas charlas. Leía yo la otra vez que en una época
de su vida, Macedonio Fernández no leía más, aunque escribía. Claro. Sentía que
era más provechosa la charla.