Me repugna
cuando escucho decir que los argentinos somos así (para bien) o asá (para mal).
Lanata suele ser un especialista en eso: Los argentinos y ADN, dos de sus
“libros” abordan tal idea (no me animé a leerlos, sino que leí sobre ellos). La
va de que somos terribles, genialmente incurables, y esa sarta de pavadas. Ahora, en TV hace lo mismo con respecto a los
políticos en general y a los políticos oficialistas en particular. Los
demoniza, y con ello a la política. Todos están condicionados a ser de tal o
cual manera; aunque mejor dicho, condenados a tener tal o cual defecto o vicio.
Una suerte de vuelta de tuerca a la famosa teoría de Duhalde (“los argentinos
estamos condenados al éxito).
En su
trilogía de Auschwitz (Si esto es un hombre, La tregua, Los hundidos y los
salvados ), donde relata su año en cautiverio en aquel infierno, Primo Levi
refiere en varios apartados a la obsesión de los alemanes por el orden, la
selección y la disciplina, hasta en detalles que no tenían sentido, dadas las
terribles circunstancias. No obstante, en alguna parte aclara que esa asignación
sólo vale a la hora de hablar genéricamente de determinada idiosincracia, pero
no aplica a la hora de describir a un hombre. Y la cosa podría invertirse,
pienso, un loco como Hitler no sale de la nada, sino que es deudor/emergente de
un contexto, de una historia y de una sociedad.
La otra vez
escuchaba en la radio a uno de los autores del libro Sciamo Fuori (historia del
desempeño de la selección argentina desde el último Mundial que ganó), quien
decía que en la sociedad alemana no había levantado la polvoreda que levantó acá
el hecho de que el arquero Lehman se valiera de un papel con anotaciones para
atajar los penales que dejaron afuera a la selección argentina del Mundial
Alemania 2006. Para ellos, los alemanes, aquella anotación casi burocrática, no
era algo que les llamara la atención.
La maldad
tiene multiples razones, intereses y contextos que exceden las idosincrasias.