lunes, 28 de octubre de 2013

Acomodar, acomodarse

Si uno es medio vago y no sobra la plata. En realidad no vago, sino con prioridades que no tienen que ver con las dificultades que requiere sortear la vida para lograr el confort sin recurrir a un especialista. De a uno.

El estéreo del auto se me cayó tres o cuatro veces. Producto de alguna de ellas, ya no anda muy bien.
Retrocede sólo las canciones del compact, no reconoce las radios o las cambia de golpe. Es exasperante, y hasta he generado curiosos recursos técnicos para sobrepasar el problema. El más interesante es tocar teclas que andan justo antes de tocar teclas que no andan. La situación óptima de las primeras condiciona el funcionamiento de las que no andaban, que si las presiono directamente, imposible que anden.
El auto. De un mes a otro me comenzó a calentar que dios me libre. La aguja de la temperatura se iba literalmente hasta arriba de todo. Era desesperante, tenía que parar varios minutos, andar con bidones de agua en el baul. Tengo un auto viejo, pero importado. Ir al taller oficial de la extinta marca inglesa, Rover, era demasiado para mi bolsillo. Opté por recorrer a los talleres de barrio. La curiosidad de conocer a los personajes que tienen un local con un auto adentro y otros relojeados y reacomodados en la cuadra (vivo en capital) me pareció interesante. Todos me dijeron que tenía que hacer un arreglo de 200 o 300 pesos (cambiar una tapa de radiador, un bulbo de no sé qué, una manguera, entre otras cosas). Les seguí la corriente y continuaba el problema. Hasta que llegué a un salvaje que me sacó el termostato del auto, y chau problema. Claro, no puedo pisar la ruta y, según me dijo telefónicamente un tallerista oficial de rover que no me aceptó llevar el auto pues el arreglo (tapa de cilindro) me iba a salir más que el auto, lo que me conviene es vender el auto. No tengo plata para pagar la diferencia por uno mejor. Así que la machine, digna, averiada, me sigue llevando, aunque siempre en plan cabotaje.
Computadora. En este caso el problema fue el contrato de wifi: "hasta tres megas", me dijeron a la hora de contratar. El problema fue la palabra "hasta", ya que una vez que vino un amigo medio geek pudo comprobar que tenía 1,6 o 1,9  megas. Claro, hasta 3, están en regla. También está el tema de que la machine esté saturada luego de tantos videos y música bajados, sin yo saber activar antivirus y paralelamente apreciar como se bajan en mi face los cookies. La compu suele freezarse  y me tienta: si algún día me gano la lotería (no juego nunca), lo primero que hago es agarrar un martillo y darle con alma y vida.
Una nueva, de hace unos días. El horno ya no queda prendido. Se apaga. Hace una semana vino una chica a limpiar y lo movió todo, descalibrando su ínfimo equilibrio en el andar. No prende ya el horno, y me dá pánico que pierda gas. Ahora cierro la llave de gas todos los días.
Vivo en un ph antiguo, con calefón. El agua en pleno invierno no terminaba de salir caliente. Un día prendí, mientras me bañaba, la canilla del agua fría del lavatorio. Ahora ese es mi método para que la ducha salga que pela. Grata casualidad.
Ya pasó el invierno, pero ¡qué pelea todo el invierno con la estufa de tiro balanceado! Los días de mucho frío, y mucho consumo, al no salir gas suficiente no terminaba de activarse el piloto. Minutos de espera para prenderla, hasta que descubrí la técnica de hacer palanca con una birome en posición piloto. No era infalible, pero muchas veces funcionó.
Este día a día impone parches. Pero no me agrada acostumbrarme, y cuando puedo me saco alguno definitívamente de encima.
Pero lo peor que algo similar me pasa respecto con cuestiones anímicas, sociales, profesionales o dinerarias. También uno busca y encuentra parches. Pero no sirven. Tampoco sirven, mejor dicho. Y lo mismo, cuando se puede, conviene hacerles frente. No se puede vivir esquivando.